Catequesis – Nivel Secundario

Al comenzar el Nivel Secundario en este Instituto, queremos continuar con el itinerario transitado en el Nivel Primario, especialmente en 6to. y 7mo. Grados, cuando fuimos descubriendo que Dios se nos revela “mediante acciones y palabras”, utilizando una verdadera “pedagogía divina” para darse a conocer: manifestaciones, teofanías, tradiciones orales, creación de instituciones gubernamentales y religiosas, a través de reyes, profetas, sacerdotes y todo su pueblo.

 

PROGRAMAS

En este Primer año del Nivel Secundario queremos empezar juntos a caminar un derrotero (una hoja de ruta) en el cual descubrir la irrupción de Dios en la historia humana, dando lugar a lo que llamamos “Historia de la Salvación”.

Los invitamos a ver cómo Dios actúa en la historia humana y se da a conocer revelándose a sí mismo, a fin de que el hombre, cada uno de nosotros, lo conozca, lo ame y responda libremente a su llamado: “El Dios de la Gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia” (Hch 7, 2).

Caminar como Abraham, salir de Ur (nuestro sitio de confort) y aventurarnos a descubrir juntos los principales momentos de esa historia de salvación. Una historia dinámica que es nuestra propia historia como personas y como comunidad; puesto que nosotros como nuestro padre en la fe Abraham, “somos arameos errantes” (Cf. Dt. 26,5).

Esta historia del pueblo judío, “nuestros hermanos mayores” como gustaba decir el Papa Juan Pablo II, es parte de nuestra propia historia. Nosotros también estuvimos esclavos en Egipto como nuestros mayores y como ellos liberados en la primera Noche de Pascua que aún hoy día celebramos, sea en las comunidades judías como en las comunidades cristianas. Nosotros también fuimos llevados al exilio en Babilonia y allí aprendimos a valorar las tradiciones paternas.

De la mano de patriarcas, jueces, profetas, reyes, sacerdotes, levitas, transitaremos casi 1.200 años de historia, desde la salida de Abraham de Ur de los Caldeos hasta el exilio en Babilonia. Desde el año 1.700 hasta el 500 antes de Cristo. Constatando que a la infidelidad del pueblo, de cada uno de nosotros, iba siempre junto, la fidelidad de Dios que se había comprometido con nosotros su pueblo, con amor de esposo,  un amor perseverante.

En este camino encontraremos etapas, momentos en que nos detendremos para interrogarnos, comprender, meditar, vivir.

Comenzamos con un interrogante clave: ¿A qué llamamos Historia de la Salvación? Y a partir de esta pregunta nos adentraremos en los atisbos de esta historia o mejor dicho Pre-Historia de la Salvación, incursionando en los relatos contenidos en los primeros capítulos del Génesis 1- 11: La creación, la caída del hombre y el primer anuncio de salvación (Proto-Evangelio); y en esa santa y magnífica “testarudez” de Dios que no se resigna a que el hombre se pierda.

Continuaremos nuestro camino descubriendo el designio de Dios en la Promesa hecha a los Patriarcas (Gn 12-50), Promesa hecha a Abraham: Padre y canal de bendición que llega  a todos los pueblos de todos los tiempos; a través de su descendencia: Isaac y Jacob; promesa y bendición que se abren paso por caminos a veces complicados.

Descubriremos que esta Promesa no exime al hombre de experiencias dolorosas como la de la esclavitud, ni tampoco del esfuerzo por alcanzar la libertad.

Veremos a Dios actuando, como entre bambalinas, en la historia de los Jueces, los Reyes de Israel y la experiencia de la incomprensión mutua y la mezquindad  en un reino que se divide. Y también a Dios interviniendo visiblemente y hablando a través de sus siervos los Profetas.

Culminaremos nuestra caminata este año contemplando la dura experiencia del destierro (exilio) del Pueblo de Dios y la alegría del Regreso y la restauración, como el sembrador  que “siembra entre lágrimas y cosecha entre cantares”.

En este caminar nos podrán ayudar textos como: El himno de Zacarías (Lc 1,67-79), el Magníficat (Lc 1,45-55), Hch 7,1-53; la Constitución Dogmática el Concilio Vaticano II sobre la Divina Revelación Dei Verbum, entre otros.

Material sugerido:

  • La Historia de la Salvación – Celam – Documentos:

http://www.celam.org/mision/documentos/docu4d6fb6b5ef694_03032011_1041am.pdf

  • Catequesis e Historia de la Salvación

http://www.sagradabibliacee.com/index.php/congreso/ponencias/58-catequesis-e-historia-de-la-salvacion

  • Introducción a la Historia de la Salvación (Power point)

https://es.slideshare.net/Pablo_Garegnani/etapas-en-la-historia-de-la-salvacin

  • Catecismo de la Iglesia Católica 50-73.
  • Atlas bíblico Editorial Verbo Divino

http://www.verbodivino.es/hojear/4746/atlas-biblico.pdf

Habiendo abordado en Primer Año la Historia de la Salvación desde los orígenes hasta el regreso del Destierro en Babilonia a finales del siglo VI antes de Cristo y el nacimiento del judaísmo, así como lo conocemos hoy; en este Segundo año queremos ahondar en el conocimiento de Jesucristo, el Mesías, a través de quién la Revelación llega a su plenitud.

Israel, en su espera del Enviado de Dios, del Ungido, del Mesías, fue forjando distintas ideas sobre el mismo: Un Mesías Rey, Sacerdote, Libertador victorioso… Ideas que luego generaron interrogantes frente a la figura de Jesús de Nazaret, no sólo de parte del pueblo en general, sino también entre sus seguidores y en la Iglesia que se manifestaba después de su muerte: ¿Quién es éste? ¿Es éste el que debía venir o debemos esperar a otro? ¿Es ahora cuando restaurará el Reino de Israel y el trono de David convocando a las tribus perdidas? La gente, sus discípulos, la comunidad, se interrogan sobre quién es Jesús.

Interrogantes que progresivamente se fueron aclarando y respondiendo a partir del hecho fundamental de la experiencia de la tumba vacía, de los encuentros con Jesús vivo después de la muerte y, sobre todo, a la luz de la experiencia de Pentecostés, cuando las historias vividas empezaron a cobrar sentido.

Es desde la experiencia fundante de la Pascua de Jesús, que la comunidad de sus seguidores comenzó a desarrollar dos postulados que han atravesado los dos mil años de historia de la Iglesia y que el Catecismo de la Iglesia Católica se jacta de exponer desde el comienzo: por un lado, la centralidad que tiene Cristo en todo lo que se transmitió y enseñó y se continúa haciendo y, por otro lado, que es Él mismo quien lo continúa realizando aún a través del tiempo transcurrido. Lo que se enseña es a Cristo y el único que enseña es Cristo.

Adentrarnos en la vida de Jesús, el Cristo, implica sumergimos en el “misterio”, misterio que es la Buena Noticia, el Evangelio, la Palabra de Salvación, esa Palabra que  “se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Contemplar el Misterio de este Mesías esperado: Hijo único de Dios y Señor, desde las experiencias de sus discípulos asombrados ante el sepulcro vacío (Mc 16, 1-16); recibiendo el mensaje del ángel en Galilea y abriéndose a una misión realmente universal (Mt 28, 1-20); sintiéndose abordados por ese “desconocido” camino a Emaús que “les explica las escrituras y parte para ellos y para nosotros el pan”; ese Resucitado que se manifiesta en la cotidianidad en Tiberíades junto al lago. 

Hablamos de un misterio que la Iglesia fue profundizando a través de los siglos y de la reflexión teológica, dando lugar a las definiciones de los primeros concilios: “Verdadero Dios y verdadero Hombre”, “nacido de mujer, nacido bajo la Ley”; llevando así a la Iglesia a afirmar que María es la “Teotokos”, la “Madre de Dios”, tipo y figura de la Iglesia. Porque así como del costado de Adán nació la mujer, del costado abierto de Cristo en la cruz, nació la Iglesia. Y como María engendró a Jesús y es su madre, podemos del mismo modo, llamarla “Madre de la Iglesia”.

Nuestra aventura de Primer año consistió en recorrer la Historia de la Salvación, que preparó la llegada del Mesías; ahora nos planteamos el desafío de llegar a un encuentro “de corazón a corazón” con Jesús, el Mesías, que asumió nuestra realidad humana para redimirla y “coronarla de gloria y dignidad” (Sal. 8, 6b).

Del mismo modo que en Segundo año nos adentramos en el Misterio de Jesucristo, este Tercer año profundizamos en el Misterio de la Iglesia y recorremos el camino duro y exigente que conduce a la libertad ya que Cristo nos ha liberado “para ser libres”.

Nuestro objetivo en este año es descubrir juntos que la Iglesia es un designio nacido en el corazón del Padre desde la eternidad; es un misterio que se nos manifiesta a través de diferentes figuras: Redil, Labranza de Dios, Jerusalén de arriba y Nuestra Madre.

Tomar conciencia que la Iglesia soy yo, eres tú, somos nosotros, y Ella es Madre y Maestra, es nuestra Casa, es nuestra familia. Iglesia que es un Cuerpo, del que todos somos miembros y cuya Cabeza es Cristo.

Como miembros de la Iglesia somos un pueblo, Pueblo de Dios, que tiene como vocación, como llamado, caminar hacia la libertad, “la libertad de los hijos de Dios”, y en este camino, somos auxiliados con la ayuda de los Sacramentos, “signos sensibles y eficaces de la Gracia”, para que alcancemos la meta a la que estamos llamados, la santidad: “Ser santos como nuestro Padre Dios es santo”.

Intentamos contemplar estos medios especialísimos de dispensación de la gracia deteniéndonos específicamente en los así llamados “Sacramentos de Iniciación Cristiana”, como son el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía y los así llamados “Sacramentos de Curación”, la Reconciliación y la Unción de los Enfermos (dejando atrás los antiguos nombres de Confesión y Extremaunción).

Ser cristianos, seguidores de Cristo, en la Iglesia y como Iglesia, significa vivir una vida nueva “por la gracia y desde la gracia” y ha de colmarnos de alegría; somos parte del Pueblo de Dios que está ordenado en diversidad de carismas y ministerios para hacer de todos nosotros testigos del amor infinito de Dios que nos ama siempre, con nuestros pecados y debilidades, para manifestar al mundo que la Iglesia es “instrumento universal de salvación”.

En tercer año hemos visto el tema de ser santos en la presencia de Dios. Para esto el Señor nos liberó de toda forma de esclavitud; desde la esclavitud en Egipto, hasta las sucesivas y nuevas formas de esclavitud. Porque su proyecto es que vivamos en libertad, como dice el Apóstol Pablo: “para ser libres nos liberó Cristo”.

En la antropología cristiana, el hombre, nosotros, somos vistos como seres corporales, racionales y espirituales. Somos una masa homogénea entre estos tres mundos que consituyen nuestro ser. Seres con cinco sentidos corporales, con inteligencia y con libertad. Y de todos los dones con los cuales el Señor nos dotó, sobresale el don de la libertad.

Aunque, en honor a la verdad, nos cuesta ejercer la libertad, nos cuesta salir del rebaño, para ser yo mismo. Para hacer lo que creo que debo hacer, aunque muchos no estén de acuerdo y piensen de manera distinta.

Fuimos elegidos para ser santos. Y sólo pensar en esta idea, nos apabulla. ¿Yo santo? Si yo no tengo nada de eso que caracteriza a los santos que conocemos en la Iglesia… y, sin embargo, SI. Cada uno de nosotros llevamos la marca del Dios Santo, somos su obra, somos su creación, y tenemos la impronta, el sello, de la santidad y estamos impulsados, llamados, dirigidos hacia la santidad.

Este camino, esta peregrinación hacia la santidad, se realiza en este mundo concreto en el cual estamos insertados a través de nuestra familia. Y es un camino arduo, con muchísimas alegrías y también muchos sufrimientos, por eso quisimos identificarlo con el desierto. Ese desierto por el cual transitó el pueblo elegido al salir de Egipto durante cuarenta años. Ese desierto al cual se dirigió Jesús y en el cual durante cuarenta días enfrentó tentaciones y luchas espirituales para salir fortalecido e iniciar su vida pública.

Ese desierto en el cual vivió Juan el Bautista, los monjes anacoretas y los monjes cenobitas. Ese desierto que hoy día es nuestra ciudad, nuestro barrio y, a veces, nuestra propia familia y nuestra propia casa. Porque nos referimos al desierto no tanto en cuanto lugar físico, sino como una experiencia espiritual.

Aún hoy con tantos modos de estar conectados unos con otros, al final del día, estamos solos, rodeados de soledad.

Alguna alguien contó que sufrió una gran “desolación”, estaba triste, sólo, abandonado de todos y de todo… sin ganas de vivir… y visitó a una señora amiga, con varios hijos de los cuales era amigo en la parroquia. Ella captó su estado espiritual y en un momento en que quedaron solos me preguntó que le pasaba… al contarle, ella le contó: “yo tuve siete hijos, y cada vez que tuve que parir a cada uno, estuve totalmente sola… aunque rodeada de mucha gente, profesionales, enfermeras… pero ese momento lo viví siempre en profunda soledad”. Fue una confidencia que cambió su modo de ver el desierto, la soledad… porque es ahí cuando crecemos, y es ahí donde estamos siempre solos… Nadie puede crecer en mi lugar, nadie puede crecer por mí… lo debo hacer yo solo, rodeado de soledad, de silencio.

Otro hecho que marcó la idea sobre el desierto, de la soledad, del silencio, fue la experiencia de este mismo hombre en un monasterio… estuvo 30 días con los monjes, sintiendo el peso del silencio, como algo aplastante, oprimente… hasta que un día, caminando por el parque sintió que eso que para él parecía vacío, sin nada, estaba poblado de vida, estaba lleno… estaba repleto… y comenzó a caminar con cuidado en un mundo, que a partir de ese momento se le  manifestó poblado de nada y de todo. Después de esa experiencia dejó de tenerle miedo a la soledad, al silencio… ahora los extraña, y si pasa mucho tiempo sin ellos, su interior me reclama volver a encontrarlos…

En este caminar por el desierto sin embargo, hay mucha vida, muchos desafíos, muchas novedades… Es el espacio y el tiempo concreto para vivir la santidad, conforme uno la va descubriendo, en las ocupaciones en las cuales cada uno se siente llamado a vivir, y que aportan esa alegría, serenidad, de estar haciendo algo que plenifica, hace bien, llena. Ahí está Dios presente, actuando a través de nuestras manos, de nuestras palabras, de nuestros gestos, de nuestros afectos. Y lo que estaremos haciendo estará lleno de santidad de Dios, que pasó a través de nuestras manos y de todo nuestro ser.

Y sin darnos cuenta, estaremos santificando el mundo, con todos los mundos que abarca, el mundo del trabajo, de la política, de la familia, de la cultura, de las ciencias, de la música, de la economía… para hacer de esos mundos, ocasión de progreso, de evolución, de santidad… Estaremos haciendo de nuestro suelo, un pedazo de cielo. Estaremos siendo sujetos que hacen presente el Reino de los Cielos, que tanto pedimos repetidamente en la oración que nos enseñó Jesús: “venga a nosotros tu Reino”, y no sólo haciéndolo presente sino también llevándolo a su plenitud, en un “ahora pero todavía no”.

Y llegamos a quinto año… sin darnos cuenta, aunque con sufrimientos y dolores, luchas, desengaños, alegrías y tristezas con los cuales se hicieron vivos los pasos de este largo caminar, de la niñez a la adolescencia y la juventud. Y a punto de terminar una etapa de la vida, las expectativas por algo nuevo que pronto comenzará. Este es un año muy particular, con gozo porque estamos llegando a la meta, con cierta nostalgia que nace mientras experimentamos que algo se está terminando y con muchas nuevas incógnitas ante un mundo del que desconocemos casi todo.

Es este un año para dar gracias y para prepararnos a enfrentar nuevos desafíos, nuevas crisis, nuevas propuestas… solos, con pareja, con amigos, y siempre con la familia como sostén que permanece y no se borra.

Por estos y otros motivos, el Instituto quiere brindarles un año diferente, para ayudarlos a asimilar todo lo vivido y aprendido, tanto intelectual como físicamente y con ese gusto particular que da la espiritualidad como la sal a las cosas.

Durante el cuarto año, nos hemos detenido a estudiar el “Camino”, esa peregrinación hacia la santidad, que se realiza en un mundo concreto, a través de un camino arduo, con alegrías y sufrimientos y por eso lo identificamos con el desierto. Desierto vivido por el pueblo elegido de Dios al salir de Egipto, en el cual Jesús enfrentó tentaciones y luchas espirituales para fortalecer su vida interior e iniciar su vida pública.

Este año nuestra reflexión estará puesta en la meta de nuestro peregrinar. Y así desarrollar herramientas antiguas y nuevas para no tener miedo a lo que se viene, y enfrentar las nuevas etapas con mucha humanidad y espiritualidad, con lo mejor de nosotros mismos, que es hacerlo con sensibilidad, sentimientos y confianza que dan la fe cristiana.

Sabemos, porque nosotros mismos lo hemos vivido, que surgirán nuevos interrogantes al enfrentar el final de la secundaria, al dar un nuevo paso hacia la adultez, un salto de calidad al pasar a la universidad, estudios terciarios o al mundo del trabajo. Una nueva responsabilidad al asumir la decisión de seguir una vocación específica en los estudios… y quisiéramos darles el apoyo suficiente para que puedan dar gracias y al mismo tiempo asumir fuerzas para seguir el camino que la vida les tiene preparado.

Por esto, el Instituto quiere dejar en sus bocas el gusto de una Iglesia madre y maestra, de unos profesores y unas religiosas que hicieron  lo posible, como sus propias familias, para poner los fundamentos de personalidades fuertes y equilibradas, humanas y creyentes que sean los promotores de un mundo mas vivible, más sustentable, más humano y más cristiano.

Para esto, les proponemos un año con una conciencia clara de ser Peregrinos, de ser caminantes, que hacen camino al andar. Caminantes que intenten marcar sus pisadas en el suelo, dejando un rastro de cielo. Y como nuestro Padre en la Fe, Abraham, poder decir que vamos hacia una tierra prometida que mana leche y miel, donde la paz sea el objetivo de todos; y el respeto a toda diversidad, telúrica, vegetal, animal y humana, sea un mandamiento que no dejemos de llevar a la práctica cueste lo que cueste.

Entre los pensadores cristianos de los siglos pasados se impuso una idea, que fue también un proyecto de Jesús, tener claro hacia donde nos dirigimos, hacia donde nos encaminamos, donde ponemos nuestra mirada… porque es ese objetivo al cual pretendemos llegar el que nos irá movilizando en nuestro día a día, para alcanzarlo, o la menos, para intentarlo.

Sabemos que somos seres de ideales, seres de luz, seres creativos y con mucha imaginación, y quisiéramos que todo esto se manifieste en este último año de nuestros estudios en el Instituto, para no tener miedo de enfrentar nuestro futuro, con herramientas adecuadas para comenzar una nueva etapa… Herramientas espirituales, humanas, místicas… Como valorar la oración tanto personal como comunitaria, la alabanza y la gratitud, tomados de la mano de la Palabra de Dios, de las enseñanzas de la tradición y de la Iglesia.